Me cuentan mis amigos que los cubanos, fieles a su inventiva, colgaron toallas amarillas en los balcones, rasgaron sayas y blusas, pidieron prestado a Ochún, la mismísima Caridad del Cobre, sus prendas para mostrarlas al mundo. Incluso, muchos hoy en Cuba juran que usarán las pulseras amarillas en señal de promesa hasta lograr el regreso de los cuatro cubanos antiterroristas.
Por cosas de la vida y cambios en mi trabajo, no pude compartir ese momento con mis amigos y familiares en Cuba, pero imagino que cada uno quería cumplir a toda costa con el llamado que nos hizo René. Cada día que pasa es un tiempo robado a los hijos, a las madres y a los seres queridos de Gerardo, Ramón, Tony y Fernando; incluso a René, que a pesar de estar en libertad después de 15 años, ha prometido no descansar en la lucha por la definitiva liberación de sus cuatro hermanos.
"Nosotros tenemos una deuda eterna con ellos. Debemos convertir esta lucha en un movimiento que se parezca a un tsunami mundial que permita romper las rejas de la injustica norteamericana", me dijo con mucha pasión un amigo que se confiesa un fiel admirador de Cuba y de la causa de los cubanos.
Cuando uno escucha frases como esas, es emocionante comprobar que los cubanos no estamos solos en esta batalla. Tenemos millones de amigos en todo el mundo que creen en Cuba y defienden lo que ella representa para el resto de las personas en cualquier lugar de este planeta.
Intervenciones frente a las Embajadas norteamericanas, cartas al presidente Obama, envío colectivo de artículos a las principales redacciones de los grandes medios de comunicación, fueron algunas de las iniciativas que grupos de solidaridad realizaron el pasado 12 de septiembre.
Como dijo mi amigo, la batalla no tendrá fin hasta que todos se encuentren libres en la tierra a la que tanto defiende desde el encierro más duro y cruel.